texto extraído del diario El Este de fecha 7/07/15
Escribe Lic. Uruguay R. Vega Castillos
Un aporte a la historia del Aero Club de Rocha: testimonio
de una misión sanitaria en 1959
De acuerdo
con lo manifestado por el señor Diéz, nos reunimos el día 2 de julio, en horas
de la tarde. Luego de los saludos de
rigor, y hablar largo rato de la Rocha que llevamos en la memoria y en el
corazón, pasamos a conversar del Aero Club de Rocha. Así surgió la comprobación
que la historia del Aero Club no ha sido escrita, pues por la acción implacable
del tiempo, muchos de sus protagonistas fallecieron, otros se fueron de la
ciudad, y nada quedó registrado. Pero el Aero Club de Rocha, merecía que
quienes lo integraron, que quienes aprendieron a volar en los cursos que se
dictaron, que participaron en los distintos eventos, se documentaran y se
conocieran sus logros.
Don Rivera Diéz, es un rochense hijo de don Salvador Diéz, (uno de los
integrantes de la sociedad propietaria de la Casa Diéz, tienda muy reconocida
en la vida comercial local.)
Rivera, en el año 1958, un adolescente con 16 años, comenzó a realizar los
cursos de piloto aviador que organizó el Aero Club de Rocha. Durante el
desarrollo de los mismos, era Instructor el primer docente formado por el
Aero Club Rocha, Julio O. Casal. En el año 1959, junto con Alfredo Amaral,
Julio Cabañas y el Director de la Banda Municipal, señor Cardozo rindieron las
pruebas y realizaron las sesiones de entrenamiento establecidas, logrando que
el Inspector de Aeronáutica Civil, que venía de Montevideo los aprobara, y en
consecuencia se les otorgara el Brevet de Piloto aviador civil.
En ése entonces, se produjo un vacío dirigencial, quedando sin autoridades el
Aero Club, por lo cual, asumió como Presidente Don Salvador Diéz persona muy
vinculada en el ambiente comercial y social rochense.
Un día de invierno, muy lluvioso, le llegó al Presidente del Aero Club de
Rocha una solicitud de traslado de sangre urgente a San Luis al Medio. Había
que llevar dos dosis para una señora que los necesitaba por tratarse de un
grupo especial. Imposible el transporte por la vía terrestre, no sólo por la
distancia, sino también porque el camino estaba cortado, consecuencia del
desborde de los cursos de agua que cruzaban por la zona.
Don Salvador, apareció en su camioneta, en el lugar donde se encontraba
Rivera con varios amigos. Puesto éste, en conocimiento de la urgencia, no dudó
ni un instante, y salieron de inmediato, recogieron a Alfredo Amaral, quien
iría como copiloto, y se dirigieron al hangar. Allí comenzaron a preparar
el vuelo. Una primera constatación, al revisar el mapa del Departamento,
advirtieron que la zona de San Luis no estaba debidamente indicada, por lo cual
había que guiarse visualmente. El avión perteneciente al Aero Club de Rocha era
un Piper biplaza. Cuando se estaban aprontando, vino a su memoria el primer
vuelo sólo, y el bautismo que se produjo luego de aterrizar. En Rocha se
estilaba una forma distinta, al baño de aceite, característico de las
instituciones aéreas castrenses de formación de pilotos, se la había
sustituido por un baño en un pozo con agua barrosa.
El clima reinante, mostraba una tarde nublada y amenazante, que los tripulantes
minimizan con audacia y tenacidad.
Cumplidas todas las revisiones, tantas veces practicadas bajo la supervisión
del Instructor, se encendió el motor del Piper y luego de carretear se levantó
vuelo. Diéz actuando como Piloto y Amaral como copiloto. Luego de avistar la
ruta, que se veía como una cinta que no podían perder de vista, al rato
divisaron la Laguna de Castillos después observaron la Laguna Negra, y
derivando sobre su derecha comenzaron a apreciar extensas zonas inundadas.
Luego de un tiempo prudencial, se avistó el lugar que se había señalizado para
el aterraje.
Estaba presenciando todo el pueblo la llegada del avión. Formados el
Oficial de Policía a cargo del Destacamento, luciendo impecable su uniforme, a
su lado un agente que lo que lucía era su voluminosos vientre, enfundado en un
gastado uniforme, y a su lado, el médico que ansiosamente esperaba las dosis de
sangre.
Se aterrizó, y raudamente salió con la valiosa carga, una camioneta, con rumbo
al lugar donde se hallaba la receptora de la misma.
El Policía quedó al costado del avión, con la recomendación que la gente que se
arrimara, lo hiciera sin fumar, previendo cualquier tipo de incidente.
Los tripulantes fueron atendidos, proporcionándoseles un refrigerio, que
degustaron intensamente., pero notando como disminuía la luminosidad, urgió el
regreso.
Luego de despedirse con la satisfacción del deber cumplido, decoló el biplaza,
con la expectativa de alcanzar la ciudad de Rocha. Pero, considerando la
necesidad de tener una alternativa o plan “B”, es decir otro lugar donde
aterrizar en caso que no se alcanzara la capital rochense. Se previó que la
primera opción sería la estancia de Amaral, es decir la casa de Alfredo, el
tripulante del biplaza.
La tarde oscureció rápidamente, y ambos viajeros empezaron a buscar un lugar
donde aterrizar. Diéz se puso nervioso, y prácticamente le impuso a su
compañero, que en la oportunidad cumplía la función de piloto, que aterrizara
de inmediato. Así lo hicieron, y el lugar elegido, fue en la cercanía del casco
de una estancia, aparecía como desierto. Transcurrió un lapso de tiempo hasta
que apareció un señor, quien se identificó como el capataz de la Estancia
“El Sauce Caído”, el que les indicó que lo acompañaran. Lo siguieron, y los
hizo pasar a una habitación muy confortable, que cumplía las funciones de
escritorio. Permanecieron largo rato reposando en sendos sofás, pero con
natural curiosidad y expectativa, pues la adrenalina generada por el viaje y el
aterraje, les había despertado el hambre.
Volvió a aparecer el Capataz, quien les indicó que lo acompañaran al comedor.
Llegados al mismo, en una larga mesa, se les había preparado la cena. La
cocinera del establecimiento les sirvió un humeante guiso criollo, que por su
apariencia se insinuaba muy apetitoso, generosamente servido, y acompañado de
sendas rebanadas de pan casero, regado con un vaso de vino. A los dos viajeros,
les supo a gloria, y devoraron el contenido ofrecido. De sobremesa, conversaron
animadamente de las dificultades que tuvieron que afrontar, y como las habían
superado.
Finalizada la cena, fueron conducidos a un dormitorio preparado para huéspedes,
donde pernoctaron.
Mientras tanto en Rocha, cuando llegó la noche y los aviadores no habían
regresado, cundió la preocupación por su suerte, pero Cabañas, compañero de
Diéz, se encargó de tranquilizar a todos señalando, que la preparación y la
capacidad puesta de manifiesto en todos los ejercicios y entrenamientos, eran
la garantía, que llegarían bien y si no lo habían hecho ésa noche, lo harían al
día siguiente, pues habrían aterrizado. Como así fue en una estancia cercana.
A la mañana siguiente, luego de levantarse, la cocinera les presentó el
desayuno en el comedor, el mismo consistió en dos tazones de leche caliente
y pan casero, cortado en largas rebanadas.
Cumplidas las revisiones previas, y luego de saludar y agradecer la
hospitalidad brindada, se reinició la travesía ahora sí en dirección a Rocha.
Rivera Diéz, pilotea el biplaza. Años después, Diéz, volvió a encontrarse
con el capataz, quien recordando el hecho, preguntó por el avión y por su
compañero.
El cielo se presentaba despejado, y los tripulantes intercambian opiniones, y
recordaron los ejercicios realizados con el instructor.
La llegada a Rocha, significó un alivio para los integrantes del Aero
Club, por el regreso sin contratiempos, y la misión cumplida, cuyo resultado
fue exitoso, mejorando la señora que recibió la sangre.
A través de misiones como la relatada, el Aero Club de Rocha, siempre
sirvió a la sociedad rochense y a quien requiriera de sus servicios.